El Santo Christo de la Fee o de los alabarderos, ligado a la monarquía española y a Velázquez
«PARA PROVOCAR LOS FIELES AMAS DEVOCION ¡QUE SE SEPA EL PRINCIPIO I ORIGEN DE DONDE TOMO EL NOMBRE ESTE SANTO CHRISTO DE LA FEE» (sic). Así, con letra mayúscula española de fuente barroca del siglo XVII, también llamada «escritura humanística» según el catedrático de Ciencias y Técnicas Historiográficas Manuel Romero Tallafigo, comienza el texto que ocupa la mitad inferior del cuadro donde se relata la historia de este Jesús crucificado. Originalmente, se encontraba en la Iglesia de San Sebastián, junto a una escultura del mismo nombre en el corazón del llamado Madrid de los Austrias, Reyes que fueron católicos y devotos, y que ahora se venera en la capilla de la Guardia Real en el Pardo. En la mitad superior de este óleo anónimo realizado en 1633 podemos ver el llamado Cristo de la fe o el «de los alabarderos», flanqueado por dos damas que por sus vestiduras podrían ser cortesanas, aunque la moda era pintar a las santas con ricos ropajes. Por entonces reinaba en España Felipe IV, el que aparece reflejado en el espejo de Las Meninas de Velázquez.
Echaron a suertes su nombre
El texto escrito a pluma por un autor barroco anónimo hace ya más de tres siglos es una joya en sí mismo. La cuestión era tan importante que el pintor dedicó veintitrés líneas para llamar la atención del espectador y no se perdiera su historia. Dice que en 1632 tuvo lugar una «SANTA FIESTA DE LOS DESAGRAVIOS COMO SEIZO CON TANTA SOLEMNIDAD I GRANDEZA» (sic). Se refiere al escándalo que supuso en la Corte de Madrid la profanación de un crucifijo a manos de unos comerciantes judíos, lo que provocó la celebración de un Auto de Fe el 4 de julio de 1632 en la antigua plaza de Andrés Mellado. Teniendo en cuenta que por aquella época las cofradías vivían su apogeo en Madrid, es muy probable que «la fiesta» a la que se refiere fuera la procesión de la imagen del Cristo de la Fe por las calles de Madrid, ya que también hay constancia de que salió en procesión ese mismo año en que se fundó la cofradía.
¿Por qué lo llamaron Cristo de la Fe? Como aparece escrito a pluma, fue a sugerencia de una devota señora que echaran a suerte el nombre que se le pondría al Cristo entre cinco advocaciones. Y se eligió como siempre una mano inocente: «UNA NIÑA DE EDAD DE NUEVE AÑOS» sacó de cinco bolsas diferentes donde habían introducido los cinco nombres posibles del Cristo escritos en otros tantos papelitos. Y en las tres ocasiones «TODAS TRES FUERON LA DEL SANTO CHRISTO DE LA FEE» (sic). No satisfechos, le contaron lo ocurrido al marido de aquella señora y «SE TORNARON A ECHAR OTRA VEZ LAS SUERTES EN SU PRESENCIA I SALIÓ EL MISMO NOMBRE» (sic). Y lo mismo ocurrió al día siguiente otras cinco veces.
Relacionado con el Crucificado de Velázquez
La historia no acaba aquí. El cuadro tiene una conmovedora relación con el Cristo Crucificado de Velázquez, el pintor de cámara de Felipe IV. Como asegura el Jefe de Conservación de Pintura Española del Museo del Prado Javier Portús Pérez, «es probable que esta pintura de Velázquez fuera encargada por Jerónimo de Villanueva, protonotario del reino de Aragón y mano derecha del conde duque de Olivares», ya que «tenía la suficiente categoría en la corte para encargar una obra importante al pintor del Rey y sabemos que tuvo algún contacto directo con Velázquez por ser el responsable, en su condición de administrador, de hacerle ciertos pagos en nombre del Rey»; aunque según otras fuentes podría haber sido encargado directamente por Felipe IV.
Y ahora viene la coincidencia entre el cuadro del Cristo de la Fe y el Crucificado de Velázquez: según Portús, «se ha sugerido que la ocasión de encargar el lienzo –el Cristo de Velázquez– fuera el sobreseimiento, en 1632, de la investigación abierta por la Inquisición contra Villanueva. Mientras se le investigaba, la corte estaba escandalizada por la profanación de un crucifijo que habían perpetrado unos judíos portugueses en 1630». Por ello ambos cuadros, tanto el del Cristo de la Fe como el Crucificado de Velázquez, fueron encargados seguramente por el mismo propósito, para desagraviar al Rey de Reyes. Como destaca Portús, en 1632 se celebró «un gran auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid y tanto en el Alcázar como en los conventos reales tuvieron lugar actos públicos de devoción a Cristo Crucificado». A ese mismo auto de fe es al que se refiere el texto del cuadro del Cristo de los alabarderos, otra ligazón entre ambos lienzos que además son coetáneos.
Cómo era España en el Siglo de Oro
Cuando se constituye la cofradía del Cristo de la Fe en 1632, quizás debido al mismo motivo, la Corte de Madrid se encuentra en pleno Siglo de Oro español. La guerra de los 80 años para defender la religión católica en Europa daba sus últimos coletazos, aunque el poder del imperio español empezaba a ser «discutido por el resto de las potencias europeas que rivalizaban por la ocupación de alguno de esos territorios», como nos confirma el Doctor del Real Colegio de España en Bolonia y profesor de la Universidad de Granada, Francisco José Fontecilla Rodríguez. Es la plenitud del barroco que «aplicando los preceptos del Concilio de Trento supuso el gran apogeo de las cofradías de Semana Santa para provocar la devoción de los fieles». Como asegura el bolonio, «era una manera de contrarrestar la influencia del protestantismo que había vaciado de imágenes las Iglesias en el norte de Europa». En España el auge del catolicismo, con su fervor religioso, estaba liderado por nuestra monarquía que «no solo no destierra las imágenes de las iglesias, sino que las saca a la calle llevando la espiritualidad de los templos a las plazas de todos los pueblos y ciudades en Europa, América y Asia, donde muchas aún perduran».
Es el auge de los pintores religiosos. En Sevilla, Zurbarán, Valdés Leal y un joven Murillo, sevillano de nacimiento como Velázquez, que pinta más de veinte versiones de la Inmaculada y que hizo de la Virgen María una auténtica delicia. Alonso Cano y Martínez Montañés dan forma a Inmaculadas con ropajes drapeados azul y blanco en saleroso movimiento juvenil. En el ámbito de las letras, el pueblo disfruta en los corrales de comedia de tres genios: Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina. En materia de filosofía y teología, se asimila el legado de Santa Teresa, de San Juan de la Cruz y de San Ignacio de Loyola. Y en las iglesias de la Corte se escucha la música de Tomás Luis de Victoria, sacerdote que, como él mismo dijo, había sido músico «arrastrado como por un secreto instinto e impulso». Para el doctor en Musicología por la Universidad de Texas, Rui Vieira Nery, condecorado con la Orden del Infante Don Enrique, «en la Historia de la música a Tomás Luis de Victoria, junto con Morales y Guerrero, se les conoce como «la santísima trinidad de la polifonía española del Siglo de Oro».
Un Cristo relacionado con nuestra familia real
En cuanto a los alabarderos, eran y siguen siendo la guardia personal del Rey, un cuerpo compuesto por una sección de militares que realizan los cambios de guardia en el Palacio de Real al son de un tambor y un pífano, flautín de tono agudo que se utilizaba en las bandas militares. Música que invita al recogimiento y que suena cuando escoltan al Cristo de la Fe en procesión por las calles de Madrid; el único que sale de un Palacio Real y entra en una catedral cada Viernes Santo.
El hermano mayor de la «Real Congregación del Santísimo Cristo de la Fe, Cristo de los alabarderos y de María Inmaculada, Reina de los Ángeles», Jaime de las Heras, capitán del Ejército de Tierra y antiguo Guardia Real, nos recibe en la catedral castrense y vemos que, a los pies de la imagen del Cristo, en su retablo de madera, se encuentra tallada la corona de nuestra monarquía, la institución que mejor nos representa. «El Cristo, debido a la fama que le otorgó el milagro ocurrido en el siglo XVII, comienza a tener mucho predicamento en la Corte y, a mediados del siglo XVIII, la Guardia de Corps del Rey empieza a escoltarlo en procesión. A partir de 1802 son los alabarderos quienes lo escoltaban, existiendo testimonio gráfico, hasta 1931 cuando desaparecieron, aunque no la cofradía, que dejó de salir en procesión durante la República y la Guerra».
La tradición se retoma gracias a una casualidad reciente cuando «en los años 90, un miembro de la Guardia Real asistió a una boda en la Iglesia de San Sebastián, reconstruida tras la guerra, y le contaron esta historia. Y con el visto bueno del Rey Juan Carlos la unidad militar que está al servicio de la Casa Real procedió a recuperar esta tradición. Nuestra primera procesión fue en 2003 y la talla actual del Cristo de la Fe la realizó el escultor Felipe Torres Villarejo de Quintanar de la Orden».
Entre los monarcas españoles que figuran en el libro de congregantes ilustres de la hermandad aparecen Fernando VII e Isabel II, que es hermana mayor perpetua. Actualmente es la Infanta Elena, hermana honorífica de la congregación, quien mantiene viva esta tradición histórica. El pasado jueves asistió al pregón que pronunció el primo del Rey Felipe, S.A.R.D. Pedro de Borbón-Dos Sicilias y de Orleáns, Duque de Calabria, en la catedral castrense. El Cristo de la Fe está siempre a la espera de otras visitas. Si hace unas semanas el Rey acudía al Cristo de Medinaceli, como otros años, a los madrileños les encantaría ver a los Reyes y a Doña Sofía rezándole al Cristo de los alabarderos, como lo harán tantos ciudadanos este año en la procesión que por primera vez hará estación de penitencia el Viernes Santo en la Puerta del Sol.